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Entrevista a Keré: arquitectura y comunidad

Las escuelas y la biblioteca que Díebédo Francis Keré (Gando, Burkina Faso, 1965) ha levantado en su pueblo han sido construidas por toda la comunidad: los hombres hacían el barro y las mujeres alisaban el suelo. Pero antes, este arquitecto formado en Berlín se encargaba de reunir el dinero. Con proyectos en China y Ginebra, dice que con las ganancias que logre construirá más en África. ¿Por qué? Él fue el primero de su pueblo en aprender a leer y escribir. Lo consiguió con el esfuerzo de todos. Y quiere devolver el favor.

Cuando Diébédo Francis Kéré (Gando, Burkina Faso, 1965) era pequeño, cada noche, los niños de su pueblo, se sentaban formando un círculo y alguien contaba un cuento. No había luz (todavía no la hay), “pero nos sujetábamos de las palabras: nos sentíamos seguros en la oscuridad”. También comían sentados en el suelo. Por eso a él, el suelo e incluso la oscuridad, lo llevan a sentirse seguro. De todos esos niños de Gando, Kéré, que era el hijo del jefe, fue el único que pudo estudiar. Al principio no le hizo gracia abandonar juegos y familia para irse a la ciudad a aprender a leer. Pero su padre lo convenció. Terminados los estudios, una beca lo llevó hasta Alemania, donde se convirtió en carpintero. Luego quiso ser arquitecto, estaba obsesionado con levantar una escuela para que los niños de su pueblo pudieran ahora estudiar. A eso se ha dedicado. Hoy ha levantado dos escuelas y la biblioteca de Gando. Pero también ha reunido el dinero para hacerlo posible. Su ejemplo pasa por motivar a la gente y trabajar con lo que hay en cada lugar. Representa a un arquitecto sin precedentes en el pasado. Lo entrevistamos en Londres, donde participa en la muestra Sensing Spaces organizada por la Royal Academy de esa ciudad.

¿Eligió el tipo de arquitectura que quería hacer o no tenía otra opción? Sentí que era lo que tenía que hacer. Y lo hice.

Los arquitectos han trabajado siempre cerca del poder porque lo han necesitado para construir.¿Cree que el profesional del siglo XXI cambiará ese papel? Somos ya tantos arquitectos… si queremos hacer nuestro trabajo deberemos encontrar otras maneras. Mi caso es especial, porque yo sentía un deber hacia mi comunidad. Pero los arquitectos no pueden esperar sentados esperando que les llegue un cliente con dinero.

¿Le gustaría trabajar para un cliente poderoso? Sí. Para ganar dinero. Con ese dinero podría hacer más escuelas, más parvularios, un hospital… Se me ocurren muchos usos para el dinero.

¿Y no la tentación de quedárselo? Hasta ahora no la he tenido. Pero soy una persona que cuestiona las ideas fijas… (carcajada).

Su trabajo funciona como un puente entre África y Occidente. ¿Cree que todo debe conectarse o deben respetarse diferencias? Cuando trabajo en África lo hago con barro porque es lo que tenemos allí: la tierra y el conocimiento para construir con ese material. Toda la comunidad participa y esa unión preserva los edificios. En Londres no tendría sentido una propuesta así. Pienso que el futuro de la arquitectura está en lo que se hacía antes: en trabajar con lo que hay en cada sitio.

Muchos de los problemas que vive Occidente derivan de la era consumista que hemos vivido. Sin embargo¿cómo decirle a la gente de su pueblo que no aspiren a tener televisiones y coches? Allí no hay ni agua ni electricidad. De modo que, de momento, nadie piensa en televisores. El problema con la cultura occidental es que resulta atractiva por poderosa y por extendida. Y, como resultado, devora todo tipo de culturas. Mi opinión es que cuando no saben qué tiene la gente en Europa en mi pueblo son felices. Pero cuando piensan que es mejor su vida empeora

.

¿Nunca se desarrollarán? Sería un error hacerlo. La energía es limitada. Los recursos, también. Sólo llegaríamos al umbral del disfrute. La idea potente es creer o no creer en la comunidad. Esa es la clave.

¿Usted cree porque otros creyeron en usted? Yo soy un privilegiado. Todos creyeron en mí y contribuyeron a mi educación. Ahora tengo yo que mejorar su vida.

¿Qué hacer para que la arquitectura sea capaz de traer esperanza? Debe volver a las raíces, al papel social. Es una pena que no todos los arquitectos lo reconozcan, pero un edificio nos afecta a todos: a los usuarios y a quienes conviven con él en una ciudad. Para triunfar, la arquitectura debe involucrar a la gente.

¿Y abandonar el diseño? Abandonar el egocentrismo. Con la gente involucrada los diseños prosperan. Con la obsesión no. El mejor mantenimiento es el entusiasmo.

Muchos de sus colegas no piensan como usted. Viven en un mundo demasiado desarrollado. Demasiado racional y, sin embargo, demasiado irracional. El dinero empuja, los constructores empujan, pero puede que la crisis aclare una cosa: los recursos son limitados. Se ha de pensar antes de actuar. La arquitectura no es un capricho, es una gran responsabilidad.

Todavía podemos empeorar, destrozar un poco más… No por mucho tiempo. Yo veo a mis trece hermanos en el pueblo y me doy cuenta de que ellos tienen algo que en Berlín no hay. Se ríen. Y no saben leer. Pero sus hijos ya saben, mi escuela ha sido un éxito. Llegan de otros pueblos. De uno que sabía leer, que era yo, hemos pasado a 1.000, un tercio de la población.

¿Vive su padre? Murió hace tres años. Pero pudo ver la escuela. Estaba muy orgulloso.

¿Qué tipo de vida tiene? Una vida móvil.

¿Está contento? A veces no. Dejé de dar clases en Harvard porque viajar a Boston rompía mi vida. He hecho algunos sacrificios. Tengo una hija de 14 años en Berlín a la que he visto poco. Pero ella ahora entiende por qué. Pero no quiere ser arquitecta, dice que los arquitectos no están nunca en casa. Sin embargo, en Burkina Faso, hace 15 años la gente no sabía lo que es la arquitectura, pero ahora la relacionan con el entusiasmo, con la posibilidad de progreso. Le sorprendería saber cuántos niños quieren ser arquitectos. No pasará mañana, las cosas requieren tiempo, pero será la gente motivada la que cambie la sociedad. Luchar por algo que se convierte en realidad te da energía ¿qué se puede conseguir en la vida mejor que eso?

Por: Anatxu Zabalbeascoa | 15 de agosto de 2014

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